lunes, 14 de mayo de 2012

Más apologías

Oh dulces lectores, lamento haberles dejado arrumbados cual muñecos de trapo y permitir que ésta cripta de lo ominoso y lo profano se empolvase y criara en su rancia podredumbre las más desconsideradas de las sospechas. ¿Hace cuánto que no tengo el placer de invocar desde sus bocas el seráfico canto de vuestras risas?¿Cuántos días han empollado la nefasta idea (o deseo) de mi inoportuno fallecimiento?

No lo sé, y en no saberlo me doy cuenta de lo cruel que es el abandono con la memoria y lo ásperas que las llamas de los días ya difuntos son para aquellos que hacen esperar.

He trabajado, en algo cuyas retóricas empiezo a dudar que merezcan el tiempo gastado en concebirlas, y que ocupará aún más tiempo de lo esperado y requerido. Mucho de ello no creo me merezca, y así me pudro entre la vergüenza y la impaciencia por mi engendro.

También temo, por el momento, que voluntad me falte para lidiar con el ocio que durante las últimas semanas he nutrido hasta volverle una rubicunda bestia que aplasta gran parte de los proyectos para erigirme sobre aquello que hasta ahora soy. Omitiendo el lenguaje lírico, se resume en que tengo hueva.

Aparte, y como podrán haber notado, he caído en las férreas garras de algo que algunos idealistas llaman enamoramiento y otros (más amargos, mas no menos ilusos) llaman enculamiento. A sazón, y como seguramente también han notado, el pusilánime sentimiento ni siquiera es concreto, ni tiene un ser con nombre por objeto. Digo que es ella y tres segundos llegan cual balazos a matar mi resolución; digo que es él, y entre desagrado y razón muere todo cuanto llame certidumbre.

Confieso (para hacer más bulto a ésta lista de excusas que ni eso son) que por fin he decidido comenzar mi educación en el ocultismo y las artes que entre absurdo y bufonada pretenden llamarse ciencias. El porque no debe ser objeto de investigación por vuestra parte, razones tengo y en demasía para mis aspiraciones (pocas de las cuales pueden osar llamarse nobles). Sólo añado que una vez concretas no necesitaré darles explicación.

Ok, mucho verbo para nada. Ahora abandono sus apreciables ojos y me despido, no sin hacer innecesaria mención de lo mucho que yo, Su Ominencia,  me amo. Cuídense y no maten nada que yo no mataría.