Quien me conozca sabrá que estoy diciendo la verdad; no me gusta el odio ponzoñoso, y menos cuando el único que sufre por ello es uno mismo. En parte porque en mi minusculamente micrométrica escuela es algo así como un deporte nacional -y yo odio practicamente todos los deportes que no sean badminton-, pero más que nada se debe a que sólo puedo sentir tres cosas en caso de que alguien me desagrade: ira, desprecio u odio, y no me agrada la idea de guardarme ninguno de ellos para mi mismo.
La ira es la menos preocupante de todas; es explosiva, sí, pero hasta ahora sólo ha habido varios estrangulados y bastantes más risas de las que me gustaría admitir. Puedo sentirme iracundo con casi cualquiera, no importa que tanto quiera, adore o admire a esa persona. Es algo que todo el mundo puede pedir y gozar -si es que de masoquistas quieren que tratemos- y pasa tan rápido que le suele seguir una ola de felicidad que muchos aprovechan como fundamento para llamarme bipolar.
El desprecio es un poco más fuerte, y como misántropo que soy es un denominador común de prácticamente todos los días en los que convivo con humanos. Desprecio muchas cosas, las cuales hasta ahora sólo han servido como combustible para mis múltiples chistes crueles (1)- hay varios entes que sólo como tal dejan de ser inútiles-. Mi trato con lo que merece que mire para abajo es casi cordial y procuro no desgastar ni mi persona ni mi tiempo lidiando con tanta pendejez, mediocridad y falta de sentido común.
Pero el odio, el odio es algo diferente. No es explosivo, no es divertido, no es algo inofensivo y definitivamente no es algo que puede ser aspirado y/o deseado por la población normal. Mi odio puede ser considerado un cumplido, jamás odiaré a alguien que considere por debajo de mi nivel; involucra respeto y, ya que estoy en esto de la sinceridad, un poco de miedo. Mi odio es inmortal, no perece cuando llega la venganza ni decae con el tiempo. Hay muy pocas personas que se lo han ganado y -por muy extraño que suene- me alegra haber encontrado a alguien más.
Hasta ahora las únicas razones que había tenido para tenerle cierto desagrado sólo se elevaban a hacer sufrir a una de las personas que más quiero en el mundo. Lo siento, pero por mucho que ame a alguien -y ese alguien sea hecho penar por otro- el odio por ósmosis no suele funcionar en mí.
Después llegó la ola de sospechas que él causó. La paranoia de mi amiga es algo feo y me martirizó por lo menos tres veces durante ese tiempo. Entonces se ganó la categoría de enemigo imposible de detestar, todavía algo desestimable y que podía pasar por alto.
Lo lindo pasó éste sábado, cuando como buena persona que se preocupa por su afines acompañe a la chica para que lo viera en metro Polnaco y así tuvieran tiempo para conversar. Su Ominencia iba a pasar a ver una librería allá por Pabellón -ñoñada que terminó traumáticamente y de la cual os hablaré después-, y confiando en que todavía no entrabamos en trato hostil le pregunté al insecto miserable cómo se llegaba. El hecho de que después tuviera que echarme una caminata maratónica por haber sido enviado en la dirección contraria resume elegantemente todo lo que tengo que decir al respecto.
Lo curioso es lo que había dicho ella justo antes de que el aludido llegara “Odia a todo el mundo y todo el mundo lo odia”. No creo que se necesite de todo el mundo, yo solito basto.
(1) les prometo una compilación de sangronadas épicas un día de estos.
Leía "los expertos sin cerebro" y escuchaba a las tipas de al lado hablando de los nucleósidos, de ratones deficientes en la región gamma constante y el promotor A3 ausente.... receptores para este tipo de citosinas,... por lo que no hay linfocitos , bla bla , bla, yo solo pienso en ir a comer, y mientras espero a la Condesa Rommyna Miku me di unas vueltas por este sitio lleno de pasto. Tengo algop pegajoso en el cabello.
ResponderEliminar¿Qué ha dejado tirado por aquí?
Le enviaré unos pajecillos amarillos.
Saludos