Fue en un restaurante donde la ví por primera vez, alegre y ligera, fundiendo su verdad con la metafora: no llevaba a cuestas el peso de un ayer. Ingravida y hermosa, dió una artistica vuelta, congelando el tiempo para todo aquel que la viera. Elegante sin caer en la petulancia, risueña sin ser infantil, cuadritos de papel fosforecente desprendiendose de su hipnotica figura, rompiendo su encanto sobre mí.
El viento no se hizo esperar, una pequeña refaga se llevó los cuadritos que se habian desprendido, borró la sonrisa de su rostro y la envió correteando tras ellos. No es necesario decir que no desperdicié el momento, es natural que uno esté ansioso por brindar socorro a una hermosa joven, por mas insignificante que sea el problema; es natural, aunque por lo general sea solo para que un melodioso gracias escape de sus rojos labios.
Sonará dramaico, pero no habia tiempo que perder, dejé un billete sobre la mesa sin esperar al cambio y raudo y veloz salí disparado hacia donde sopló el viento. No logre atrapar ninguno de los papelitos tras los cuales ella habia salido, pero, como es de esperarse, el correteo le fue arrancando otros, post-its que fui recogiendo para sentirme como caballero en plateada armadura al llegar con ella.
Por fin la alcanzé, pero parecia perdida, ahogandose en un mar de gente, cubriendose la cabeza para protegerse de las oleadas de personas que en el mejor de los casos la pasaban de largo. Pareciera que el universo me estaba dando la oportunidad de que hiciera una entrada triunfal, caminando con paso firme, inchando el pecho. Pero al acercarme a ella, desaparecio ese deseo de ayudarla solo por vanidad y su preocupacion me llego a mi, y senti que la ayudaba porque de verdad lo necesitaba. Llegue con ella y me invadió su sonrisa.
Continuará...
¡Genial! Muero por leer la tercera parte.
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