martes, 26 de octubre de 2010

La ciudadela amarilla No.?

Él, recostado en su lujosa silla de ébano y seda, observando al ocaso obscurecer sus tonos grices y amarillos, colores que tanto le habian fastidiado juntos cuando era joven. Ahora le parecia una perdida de tiempo pensar en el color, no en valde su hogar todavia conservaba la pintura que tenia cuando "el suceso" acaeció.

Ahora dificilmente tenía tiempo para pensar las cosas y maravillarse con su complejidad, la ajetreada vida de este mundo post-apocalíptico lo habia vuelto una persona de pensamiento maquinal.Podía resolver las situaciones mas complejas en pocos segundos aunque no las comprehendiera del todo, aunque el cansancio y el estrés se le subieren a los hombros y tornaran las tareas mas sencillas en verdaderas epopellas.

Sobrevivía gracias a los fármacos pestilentes que sus alquimistas le recetaban. Aún recordaba cuando el soñaba con ser uno de ellos, en esos tiempos cuando la ciencia reinaba y la religión hacia de las catastrofes su campaña publicitaria, cuando era un rebelde de lo aceptado y se deleitaba en ser excénrico. Ahora habia aterrizado y el único propósito de su vida era el de gobernar las de los demas. Aunque posiblemente aterrizar no sea el termino adecuado, la verdad es que no estaba sobre tierra, estaba debajo, apilado entre capas de sedimentos, amalgamas de la cotidianeidad.

Si, era un rey. Un rey sin corona pero con palacio; un rey con cuatro sucesores y ninguna reina. Una, dos, tres...todas habian sufrido una muerte trágica: la horda de seres semi-humanos hambrientos; el sitio de la ciudadela por el Conde Lodraneo, un rivalucho del cual se habian olvidado cuando la importancia de su competencia fue opacada por el fin mundial; por último, una parvada de rancios cadaveres alados, animados por motores de pilas entrando por la ventana y devorando todo a su paso.

Era joven, de eso no cabia duda. Muchos de quienes ahora le juraban lealtad habian disfrutado de sus infancias con él. Sin embargo ellos no tenian años demas sobre sus rostros, podria decirse que incluso parecían mas jovenes de lo que en verdad eran. Él , por otra parte, estaba anciano, anciano en mente y cuerpo, con su alma muerta y enterrada en pliegues y verrugas ,y una amargura que deformaba su rostro.

Ya no importaba, en cualquier momento le diría adios a la vida para pasar a estrujar en sus brazos etereos al paraiso que habia ovidado...

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